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sábado, 25 de febrero de 2012

Un sparring de cara bonita

Cuando el recién nombrado presidente Rajoy anunció los primeros cargos de su gobierno, a pocos sorprendió que Alberto Ruiz-Gallardón, hasta entonces alcalde de Madrid, fuera elegido como ministro. Yo sin embargo quedé un tanto sorprendido por la cartera que le fue adjudicada, la de Justicia. Bien es cierto que Gallardón es fiscal de carrera (brevísima, de 1982 a 1983), pero no es menos cierto que dados su facilidad de palabra, su prestigio como hombre de inteligencia y talante y su fama de político moderado y centrista, Gallardón cabía a priori en muchos otros ministerios, quizá de manera más natural que en el que le correspondía por su formación académica.

Ahora, pasados un par de meses, creo que comprendo esta decisión de Rajoy. Pienso que su intención era y sigue siendo la de utilizar el prestigio de Gallardón como pantalla tras la que realizar las reformas legales más duras: si Gallardón da la cara por una determinada medida siendo "el político de derechas más deseado por la izquierda", será más difícil que la gente crea que ésta forma parte de la ideología más ultraconservadora. Si él, hombre sensato y de centro que hasta ha celebrado matrimonios gay, es adalid de la vuelta a la ley del aborto de 1985, deber de ser que ni aquella fue tan mala ni la nueva era tan buena.

Y puede ser que este propósito de apantallamiento no se quede en hacer calar medidas conservadoras a medio plazo con algo menos de revuelo; bien puede ser que el gobierno crea que va a cometer tantas injusticias a lo largo de su legislatura que necesite un ministro de Justicia capaz de colar como justificables medidas inmediatas tan sangrantes como la represión policial a las manifestaciones estudiantiles de Valencia, un Gallardón que tenga la credibilidad y la suficiente simpatía popular como para ser creído cuando afirma que la policía fue violentamente agredida sin mostrar una sola prueba. En resumen, un Gallardón que sea capaz de lavarle la cara al gobierno. Tal vez deberíamos señalarle que no es conveniente lavarse la cara con el agua usada para lavarse primero las manos.

En definitiva, tengo la firme impresión de que el gobierno confía en que al boxeador le cueste más golpear a un sparring de cara bonita. El señor Gallardón debe confiar en lo mismo, puesto que ha aceptado ser dicho sparring. Esa confianza le puede costar cara, porque siendo imposible engañar a todo el mundo todo el tiempo, lo más probable es que no sea el prestigio del Gobierno el que se vea elevado gracias a sus intervenciones, sino que sea el suyo el que se vea hundido para siempre. Y es que al final, aunque para que lleguemos a verlo tengan que pasar completos los doce rounds, un rostro deformado por los golpes ya no nos resulta tan bonito.

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